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Una luz en la oscuridad Cap.37

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Al bajar las escaleras se encontraron un panorama espeluznante. El lugar era un inmenso calabozo. Cadenas y anillas colgaban de las paredes y numerosas máquinas de tortura se hallaban por los pasillos. El hedor nauseabundo de los cadáveres en descomposición llenaba el aire y charcos de sangre reseca se encontraban por doquier. Rejas y jaulas de fierro hacían ver que cualquier lugar, incluso los corredores, eran usados para labores de tortura.

—¡Mira, las Salas de la Agonía! Un lugar encantador, ¿no? —ironizó el truhán, con una cara de incredulidad ante lo que veían sus ojos.
—Escuché historias sobre la caída del Rey Leoric cuando era joven, pero verlo con mis propios ojos... es algo muy diferente —añadió el templario, perturbado.
—Y esto es sólo la entrada —comentó Natasha—. Quién sabe qué es lo que nos espera más adelante.
—Si no queremos que el forastero sea una más de estas víctimas debemos apresurarnos —recomendó la cazadora—. Vamos, en marcha.

Debajo de las salas de agonía parecía haber un gigantesco horno o algo similar. En varios pasillos habían aberturas cuadradas cerradas con rejas de fierro de las cuales salían llamas. Bastante sangre se encontraba alrededor de éstas, producto seguramente de los sacrificios que se hacían en ellas. No tardaron mucho en toparse con un grupo de cultistas, ajenos al parecer a lo que había acontecido allá arriba. Se lanzaron sin más contra los intrusos, pero éstos los repelieron sin mayor esfuerzo. La sangre de los fanáticos se mezcló con la de los prisioneros torturados, en un pequeño acto de justicia por las almas que habían sido atormentadas en este lugar.
Un poco más adelante, en la intersección entre dos pasillos, vieron a un grupo de cultistas comandados por un invocador oscuro. Éstos golpeaban sin compasión a un aldeano, cuya cara y ropas estaban bañadas con su propia sangre. El templario no aguantó la visión y cargó contra los fanáticos. Al verlo, éstos empujaron e introdujeron al pobre poblador dentro de una doncella de hierro, una prisión de madera con púas de metal en su interior. Un par de cultistas se interpusieron en el camino del guerrero, pero dos flechas se clavaron limpiamente en sus frentes. Kormac pasó entre ellos y clavó su lanza en el abdomen del invocador. Éste aguantó el golpe y rápidamente lanzó una bola de fuego a su atacante, mas el templario se protegió con su escudo. Antes que pudiera lanzar un segundo hechizo, el invocador fue impactado en la cabeza por un proyectil mágico, haciéndole perder el equilibrio. Un par de flechas se clavaron en su pecho, haciéndolo caer, momento en el cual Kormac lo atravesó con su arma. Un par de cultistas fueron a enfrentar al templario, pero la detonación de un orbe arcano los arrojó hacia atrás, con la nariz reventada y la boca llena de sangre por las heridas internas producto de la explosión. La doncella de hierro tampoco pudo aguantar el impacto y se destrozó, cayendo en pedazos.

—¡Regula tu fuerza, estúpida! —le criticó Alice a su compañera—. La idea es que el aldeano continúe con vida.
—La mía era sacarlo de ahí ya. Si estaba vivo, debería estarlo aún.

Justamente se vio algo de movimiento debajo de los restos de madera, pero pronto comprobaron que lo que se levantó de ahí era un zombi voraz.

—¿O son cosas mías o tenía más piel antes de entrar en esa cosa? —preguntó Lyndon.
—A mi no me miren. Mi magia no da esos resultados —se defendio Natasha.
—Sea como sea, ya no es humano —afirmó serio Kormac.

Y diciendo eso, clavó su lanza en la frente del no muerto antes de decapitarlo de un mandoble. El cuerpo cayó pesadamente al suelo, manchándolo aún más con sangre pegajosa.

—El mal aquí no usa disfraz.
—Mejor así. De esa forma no es necesario buscarlo —sentenció fríamente la cazadora.
—Las fuerzas que se nos oponen son más poderosas de lo que nunca imaginamos.
—¿Tú crees? No me parecen gran cosa —dijo la arcanista.
—Estas pruebas esconden un propósito superior... que todavía desconozco.
—Es el destino. Debemos continuar —respondió Alice.
—Quizás haya más de un propósito —añadió su compañera—. Como hacernos más fuertes y trascender la historia.
—Te lo tienes bien creído. ¿No es así?
—Es mi destino, tal como dijiste.

Unos fuertes y torpes pasos los pusieron en alerta una vez más. Al final del pasillo vieron como se acercaba un gigantón desenterrado, un ser parecido a los insepultos que habían encontrado en las ruinas de la catedral, sólo que éste parecía estar formado de cadáveres frescos. Kormac cargó contra él, sin importalrle la amenaza que representaban sus enormes brazos con púas de hueso. Alice, para ayudarle a resistir, disparó un par de boleadoras que se enredaron en las extremidades de la mole. Las explosiones lo dañaron lo suficiente para que Kormac lo embistiera y comenzara a lanzar estocadas sin preocuparse tanto de los golpes del muerto viviente, que habían sido considerablemente debilitados. Quizás por el daño de las boleadoras o por la ganancia de experiencia en combate del guerrero, el desenterrado no aguantó mucho más y se derrumbó en pedazos luego de unos cuantos ataques. De un rápido movimiento el templario limpió su arma y avanzó por el largo pasillo.
Al dar la vuelta se encontró con un trío de vesánicos oscuros, quienes al verlo se lanzaron inmediatamente contra él. Descargaron ataques con sus pesadas mazas de hierro de los cuales el guerrero se defendió con su escudo. No obstante, el poder de los impactos fue tal que consiguieron hacerlo retroceder. Uno de los demonios levantó su arma para lanzar un pesado golpe, pero una flecha incapacitante del truhán se clavó en su codo, haciéndolo soltar su maza, que cayó directo en su pie. Al estar con dos extremidades heridas, a Kormac no le costó mucho derribarlo, apuñalándolo repetidas veces en el suelo. Los otros vesánicos iban a lanzar un ataque contra el guerrero cuando un orbe arcano estalló entre ellos, haciéndolos retroceder. Un par de boleadoras se enredaron en sus cuellos para luego de unos instantes explotar, decapitando a los demonios cuyas cabezas rodaron por el suelo dejando un reguero de sangre oscura a lo largo del pasillo.
Los aventureros continuaron avanzando por los largos pasillos. Al costado de uno de éstos encontraron una puerta herrumbrada. Natasha trató de abrirla, pero el paso de los años y el óxido habían dañado la cerradura. La arcanista lanzó entonces un proyectil mágico a ésta, pero sólo consiguió abollarla. Contrariada, conjuró un orbe arcano con el cual hizo saltar la puerta en pedazos. Dentro sólo hallaron una gran máquina de tortura compuesta de rodillos con puntas de metal en las cuales eran amarrados los prisioneros, estirando la columna hasta más allá de su resistencia. Un esqueleto yacía olvidado, aún atado a la máquina, pero antes siquiera sintieran lástima por él, un gurpo de fanáticos se apareció en la habitación, alertado por los ruidos. Natasha reaccionó rápidamente lanzando otro orbe, que mató instantáneamente a tres de ellos y arrojó a los demás hacia atrás debido al pequeño espacio disponible en donde antes estaba la puerta. La cazadora disparó varias flechas famélicas, las cuales, junto a las saetas de Lyndon, acribillaron a los supervivientes.
Salieron del lugar por una puerta en el otro extremo, encontrándose con un gran grupo de cadáveres tumefactos. Éstos parecían haber sido creados recientemente, ya que sus cuerpos no parecían estar en un estado muy avanzado de putrefacción. No obstante, antes que iniciaran el ataque se vieron emboscados por un grupo de cultistas que aparecieron por la retaguardia.

—Encárgate de los lunáticos, Natasha.
—De acuerdo.

Kormac se lanzó contra los muertos vivientes, embistiéndolos. La cazadora en tanto se metió las manos en sus bolsas laterales y sacó varias granadas que lanzó alrededor del templario. Lyndon disparó una flecha al cultista más cercano mientras la arcanista conjuraba una serie de ciclones energéticos. El truhán se las arreglaba para disparar sus saetas entre los tornados de energía arcana, hiriendo a los cultistas que se veían imposibilitados de alcanzarlos. Se detuvieron al estar cerca de los ciclones, pero al avanzar éstos, comenzaron a ser desgarrados por los vientos huracanados impregnados de magia. Los fanáticos de la retaguardia trataron de huir, pero un relámpago proveniente de los dedos de la arcanista los aturdió lo suficiente para que fueran alcanzados por los ciclones. Sonriendo, se volteó donde su compañera, que terminaba a los zombis restantes usando flechas famélicas.

—Los muertos fermentan en su malicia —murmuró el templario.
—Nada que no podamos corregir —dijo la arcanista, aún sonriendo.

En eso, la muchacha fijó su vista en un altar en donde se hallaba un pequeño libro. Aunque las primeras páginas sólo tenían escrito algunos garabatos en sangre, entre medio de las hojas encontró un pergamino más pequeño que resultó ser una entrada del Rey Leoric. En él se leía que el monarca estaba consciente de que una entidad malévola intentaba controlarlo por dentro y que sospechaba de Lázaro. Guardó el registro y se reunió con los demás, que estaban enfrentándose a un grupo de muertos vivientes. Apenas alcanzó a lanzar unas cuantas descargas pulsátiles antes de que acabaran con todos.
Algo molesta por no poder hacer mucho, encabezó la marcha. Sin embargo, al pasar al lado de una celda ardiente, un zombi infernal se lanzó sobre ella. Asustada por el ataque repentino dio un salto hacia el costado y le lanzó un proyectil mágico que le impactó en la cabeza, deteniéndolo. El muerto viviente estaba en llamas, aunque éstas parecían ralentizarlo más que dañarlo. No obstante, una daga en su frente fue suficiente para acabar con él. Antes siquiera de que cayera, otro zombi infernal salió de entre los barrotes encendidos. Esta vez Natasha conjuró varios filos espectrales que lo desmembraron, consumiéndose los trozos por las llamas. Un par de muertos vivientes más salieron del mismo sitio, pero fueron rápidamente eliminados al perder el factor sorpresa.
Continuaron con la marcha y en una pequeña habitación, en donde entraron luego de destruir la puerta herrumbrada, hallaron otro pergamino de Leoric en un altar rodeado de varios charcos de sangre seca. En éste se empezaba a vislumbrar la paranoia del monarca, quien ya había comenzado las ejecuciones masivas. Volaron otra puerta para salir de ahí y continuaron por un largo y estrecho pasillo.
Les extrañó la ausencia de oponentes, pero al poco de avanzar se dieron cuenta del motivo y de dónde provenía el ruido de martilleo que sentían desde hace unos minutos. Unas hojas gigantes como hachas se alzaban y golpeaban el suelo repetidamente por un mecanismo acoplado en la pared. Las numerosas manchas de sangre en el suelo y en el filo mismo daban cuenta de que varios no consiguieron pasar a tiempo.

—¿Es necesario que pasemos por ahí? —preguntó preocupado el truhán.
—Si se te ocurre otra ruta, te escuchamos.
—Tampoco es tan difícil, es sólo sincronizar tus movimientos —dijo confiada la cazadora.
—No lo digo por mí, sino por nuestro entusiasta guerrero.
—Ah, yo me encargo de eso —sonrío Natasha.

La arcanista y el templario se ubicaron frente a la hoja que caía una y otra vez. Lentamente la muchacha se puso detrás del guerrero y cuando el filo se levantó, lo empujó con fuerza con el pie, casi haciéndolo caer, pero al menos pasó al otro lado entero.

—La sutileza no es lo tuyo, ¿verdad?
—Supongo que de una u otra forma termino destacando.
—Pues trata que sea por algo bueno.

Lyndon esperó a que se levantara para dar un salto hacia adelante, evitando la hoja. Natasha dio un paso rápido hacia adelante en cuanto tuvo oportunidad. Alice en tanto sólo caminó hacia el filo, levantándose éste el momento que ella llegó allí, pasando de forma totalmente tranquila.

—Se te da bien esto de la sincronización, ¿eh?
—Por supuesto, es básico para que pueda acertar blancos en movimiento. Un desplazamiento predecible como ese no es nada.

Unos gemidos a su lado la alertaron. Apuntó con sus lanzadoras de cuero a una especie de foso ensangrentado. Un par de manos se vieron en el borde y poco después la cabeza de un zombi voraz que trataba de subir. Un par de saetas en su frente lo enviaron de vuelta al fondo, pero dos más intentaron a su vez salir de ahí. La arcanista se unió a su compañera lanzando proyectiles mágicos a los muertos vivientes, pero al avanzar se percató de una palanca al lado de la pared. Siguió la cadena con la vista y vio que llegaba a una losa de piedra sobre el foso. Bajó la palanca de una patada y el trozo de piedra con púas se dejó caer sobre los no muertos que aún intentaban subir, reventándolos y manchando todo el borde. La cazadora dio una mirada de molestia a su compañera por la sangre que le saltó encima.

—De esa forma era más rápido —dijo con una sonrisa.

Ante la duda del templario para pasar la segunda hoja de metal esta vez fue el truhán quien lo empujó de una patada, aunque apenas tuvo tiempo para retirar la pierna, evitando que el hacha gigante se la cercenara. En este lugar también había un foso, pero antes de que los muertos vivientes subieran la arcanista los encerró activando otra palanca que dejó caer una pesada losa de piedra con púas bajo ella. La muchacha dio un pequeño salto hacia atrás para evitar el baño de sangre que produjo el fuerte golpe. Luego de una tercera hoja al costado de la pared había una celda en llamas, de las cuales comenzaron a surgir varios zombis infernales.

—No tenemos tiempo para perder con éstos. Avancemos —ordenó la cazadora.
—Es raro que dejes vivos a seres de este tipo —comentó el truhán.
—¿Quién dijo que los iba a dejar con vida?

Los aventureros esquivaron rápidamente la cuarta y quinta hoja. Los muertos vivientes trataron de seguirlos, pero al pasar por donde caían las gigantescas hachas de metal se vieron ralentizados por una gran cantidad de abrojos. Sus torpes movimientos, sumados a la trampa que la cazadora dejó, hicieron que las enormes hojas causaran una carnicería con los cuerpos ardientes de los zombis infernales.
Al dar la vuelta al final del pasillo se encontraron con un grupo de cultistas que estaban en pleno ritual. Un erebión oscuro se encontraba en medio de ellos en una actitud sumisa, envuelto por la magia oscura de los fanáticos.

—¡Son ellos! ¡Ya están aquí! —dijo uno de los cultistas al ver a los aventureros.
—¡Tráiganmelos y les arrancaré la carne de los huesos!
—De inmediato, sumo Inquisidor.

Los fanáticos se lanzaron contra los recién llegados junto al erebión. Alice disparó una boleadora que se enredó en el abdomen de este último. No obstante, saltó sobre ella de todos modos, pero Kormac se interpuso con su escudo, protegiéndolos de la explosión de las esferas volátiles. Un par de saetas cruzaron el aire y se clavaron en los cultistas al lado del Inquisidor en tanto los que se acercaron fueron recibidos por una serie de descargas pulsátiles. El erebión, aunque malherido, saltó sobre la arcanista, pero ésta conjuró varios filos espectrales que lo rebanaron en el aire, cayendo sus trozos al suelo al esquivarlos la muchacha.

—¡Malditos inútiles! ¿Es que todo tengo que hacerlo yo? —exclamó furioso el Inquisidor, convocando un nuevo erebión.

Una daga se clavó en el pecho del fanático oscuro, pero no fue suficiente para interrumpir el ritual. El perro demonio apenas alcanzó a liberarse del conjuro antes de que Kormac lo empalara con su lanza. Como aún seguía con vida, lo arrastró hasta una pared en donde comenzó a apuñalarlo repetidamente. El maestro del culto iba a lanzarle una bola de fuego al templario, pero fue interrumpido por una boleadora que le amarró los brazos. No obstante la poderosa explosión, el Inquisidor continuaba con vida, aunque con parte de las vestiduras rasgadas.

—Veamos si de tanto aplicar torturas, sabe aguantarlas —dijo Natasha.

Puso su mano derecha delante y conjuró un arco de electricidad hacia el líder cultista, quien vio perturbado sus movimientos. Alice en tanto desenfundó sus lanzadoras de cuero y desató un torrente de saetas en llamas. Aguantando el dolor, el Inquisidor lanzó una bola de fuego hacia la cazadora, pero la muchacha lo esquivó sin mayor problema. Molesta por aguantar su rayo eléctrico, la taumaturga se acercó lentamente al maestro oscuro y cuando estuvo cerca conjuró un ciclón energético. El torrente de poder arcano arrastró al Inquisidor varios metros antes de soltarlo, con la túnica totalmente rajada y su piel desgarrada en todas partes. Aunque apenas se podía mover, intentó convocar otro erebión, pero la cazadora no estaba dispuesta a permitírselo. Disparó una saeta en su muñeca, clavándolo al suelo antes de apuntarle en la cabeza con la ballesta de mano.

—Esto es sólo una parte del dolor que has causado —le dijo antes de apretar el gatillo.
—Superamos muchas pruebas, pero nos esperan aún más. Me agrada saber que vamos a enfrentarlas juntos —comentó el templario.
—¿Y eso?
—El trabajo conjunto nos permitirá avanzar aún más.
—Puede ser.

Al final del pasillo se hallaban unas escaleras de bajada. La arcanista dio un suspiro al ver que nuevamente tendrían que adentrarse más y más en las profundidades.
La visión frente a los aventureros no podía ser más perturbadora.


Acto 0: Los comienzos


Acto 1: La Estrella Caída

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Acto 2: Mentiras en el Desierto




Diablo 3 y el mundo de Santuario pertenecen a Blizzard Entertainment. Los personajes son de mi autoría.
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