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Una luz en la oscuridad Cap.31

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—¡No me puedo creer que Deckard Cain esté muerto! —exclamó Natasha, con las manos en la nuca ante la incredulidad.
—Me angustia su muerte. Jamás deseé esto para él o para Leah —añadió Alice, visiblemente afectada.
—Nadie lo deseaba —añadió Kormac, intentando mantener la serenidad.

El grupo de aventureros se encontraba reunido a un costado de la taberna. Aún no podían salir de la conmoción de lo ocurrido recientemente.

—Era un hombre como pocos, digno de todo respeto —continuó la arcanista.
—Duele perder así a alguien cercano —comentó Lyndon.
—¿Tú qué sabes de eso? —le increpó el templario.
—¡Yo también soy humano!

Se quedaron en silencio al ver que Leah salia de la cabaña de Cain, secándose las lágrimas.

Kormac: Leah, ¿Estás bien?
Lyndon: (¿Te parece que lo esté?)
Leah: Si hubiese podido controlar este... poder, lo habría salvado.
Alice: No es tu culpa. Maghda es la que debe pagar por la muerte de Cain.
Kormac: Así es. Te juro por mi alma que este crimen no quedará impune.
Lyndon: Cuenta conmigo también.
Leah: Maghda... y su amo, Belial. En el diario se lee: «Un ángel caerá desde los Cielos y la sombra se remontará desde el Abismo». ¡El Forastero es la clave del enigma!
Natasha: No sé si es un ángel o un hombre, pero con la espada recuperará la memoria.
Alice: Un hombre común no hubiese sobrevivido a la caída... ni tendría una espada tan poderosa.
Lyndon: Pues no parece muy fuerte para ser un ángel. ¿No creen?
Alice: Como sea, debemos encontrarlo.
Leah: Cuando mi poder... surgió, vi un momento a través de los ojos de Maghda.
Lyndon: ¿En serio? Tienes una habilidad bastante peculiar.
Leah: Escapó a las Tierras Altas. Llegarán allí por las cuevas sobre Valoria. Deben saber que los estará esperando.
Natasha: ¡Ja! Es justamente lo que quiero. Seguiré a sus asesinos por las cuevas sobre Valoria, rescataré al ángel, y pagarán caro lo que hicieron.
Lyndon: ¿Irás sola? ¿O es sólo que te olvidas que todavía estamos aquí?
Alice: No te preocupes, Leah. Estaremos bien. Como lo estarás tú, con el tiempo.

Leah se mantenía cabizbaja. Se miraba las manos y cerraba los puños continuamente. Se podía advertir que sentía que la muerte de Cain era también su culpa.

Kormac: No te recrimines por algo que no pudiste hacer. Maghda es la verdadera culpable.
Leah: Este maldito poder... el tío Deckard decía que vino de mi madre. Trató de mostrarme como controlarlo usando su entrenamiento horádrico, aunque nunca sirvió de nada.
Natasha: ¿Por qué dudas cuando hablas de tu poder? ¿Te hace sentir mal el no poder usarlo?
Leah: Es más que eso. Siento que es algo... extraño a mí. Nace de mí... pero no lo puedo controlar. No lo pude usar... cuando realmente lo necesitaba. Es... desalentador... deprimente...
Alice: Podrás superarlo, Leah. Incluso sin la necesidad de usar ese poder que tienes.
Leah: Tío Deckard... Jamás perdió la esperanza... Era un gran hombre.
Kormac: Su muerte no quedará indemne. No volveré a la orden hasta que el río se lleve la sangre de los enemigos.
Leah: Gracias... a todos.

La muchacha se quedó fuera de la posada, apoyada en el farol que los iluminó durante el corto tiempo en que estuvieron conversando luego del rescate de su tío de la Catedral. Los aventureros se agruparon en la plaza para decidir las acciones a realizar.

Kormac: Esos asesinos no pueden permanecer más tiempo con vida. Debemos ir de inmediato.
Alice: El viaje será largo. Debemos reaprovisionarnos.
Natasha: Es cierto. Espero que esta vez el herrero tenga objetos decentes.
Alice: Yo iré por pociones. Mejor estar preparados.
Lyndon: Entonces yo iré... a conseguir suministros.
Kormac: A robarlos, seguramente.
Lyndon: No, claro que no. Pagaré los objetos que adquiera con oro.
Kormac: ¿Tú comprando?
Lyndon: Sí, ¿Por qué? ¿Tú no? No pensé que tuvieras esas costumbres, Kormac.
Kormac: ¡Deja de inculpame tus delitos!

Las dos aventureras se alejaron del par de seguidores y los dejaron discutiendo solos. Alice se dirigió hacia la taberna. Los pobladores también se hallaban desconcertados por lo ocurrido. Unos se preguntaban del porqué la ciudad era tan atacada, primero por muertos vivientes y luego por cultistas oscuros. Otros recordaban la mirada del anciano, quien ocultaba con una sonrisa todo el conocimiento que atesoraba. Todos habían sido afectados. Vengaría su muerte. Por Leah. Por todos.
Natasha en tanto se dirigió donde el herrero. Éste también se encontraba algo apesadumbrado, y no mejoró su ánimo al ver a la arcanista acercarse.

Edrig: ¿Y tus amigos?
Natasha: Repartidos por doquier. ¿Cómo ha ido la forja?
Edrig: Bueno, para evitarme reclamos, seleccioné los objetos que posean propiedades lo más cercanas a lo que me pediste.
Natasha: Eso es bueno. ¿Qué tienes para mí?
Edrig: ¿No esperaremos a los demás?
Natasha: Ya vendrán. Además, quiero apurar las cosas. Maghda debe morir por esto.
Edrig: Estoy de acuerdo. Esa bruja causó mucho daño a todos. Por favor, haz que pague.
Natasha: Lo haré. ¿Entonces?
Edrig: Bien, en cuanto a armadura, fabriqué un par de botas de malla y uno de guardahombros para cada una.
Natasha: Excelente. ¿Y alguna arma que no nos haga actuar raro?
Edrig: Bueno, para tu amiga pude crear un par decente de lanzadoras de cuero. Le vendrán bien para disparar rápido.
Natasha: Bien, ¿Y para mí?
Edrig: Lo lamento. Las varas de acero que forjé para tí resultaron... con propiedades un tanto aleatorias.
Natasha: Osea, que yo no obtengo nada esta vez.
Edrig: No digas eso. Tienes armadura nueva.
Natasha: Sí, supongo. Espero que esta espada aguante mi poder.
Edrig: Lo hará... supongo. No la forjé yo, pero se ve resistente.
Natasha: En fin. ¿Algo para los demás?
Edrig: Me temo que no. El templario no usará nada más aparte de la armadura de su orden, y a tu otro amigo no parece preocuparle mucho su protección. Su ropa es bastante ligera.
Natasha: Ya veo. Entonces nos vemos.
Edrig: Espera.
Natasha: ¿Sí?
Edrig: Me siento un poco limitado. Aprendí mucho en este último tiempo, pero ahora me siento capaz de hacer más cosas. Si pudieras...
Natasha: Mira. Yo te pago por lo que hiciste. También te entrego estos objetos para que los desguazes. Para tu entrenamiento, habla con la chica-flecha.

La arcanista le entregó una bolsa con objetos al herrero y se dio la vuelta. En cuanto vio salir a su compañera de la posada le hizo una seña con la mano para que se dirigiera donde Edrig. Luego de eso, la muchacha fue donde Leah.

—Siento molestarte, Leah, pero necesitaré la espada —le dijo.
—¿La espada? Cierto... Tanto esfuerzo... para nada... —murmuró.
—Me aseguraré que no haya sido en vano. Pero es posible que no tengamos tiempo para volver. Además, si nosotros la llevamos, no habrá riesgo de que Maghda vuelva para intentar llevársela.
—Tienes razón. Llévatela. Para mí... es casi un mal recuerdo.
—Sé fuerte. Esto no quedará así.
—Lo sé.

Natasha se dirigió al centro de la plaza, donde se encontraba el portal del pueblo y el que había conjurado Alice. Ésta volvía desde donde el herrero, en tanto los seguidores seguían discutiendo. La arcanista le lanzó el par de lanzadoras de cuero a la cazadora, quien las cogió al vuelo. Las observó detenidamente por un momento antes de comenzar a hacerles ajustes.

—¿Y estos aún no paran? —se preguntó Natasha, entregándole la armadura nueva a su compañera.
—Ya casi pienso que se divierten con eso —respondió Alice, dándoles una breve mirada antes de volver su concentración a sus nuevas armas.
—Como sea, debemos irnos. Yo los detengo.

La arcanista extendió sus manos hacia ellos y conjuró un rayo gélido. La repentina ráfaga de escarcha hizo saltar hacia atrás al truhán en un movimiento casi instintivo ante el peligro. El templario en tanto retrocedió tan sólo unos pasos.

Alice: La diplomacia no es lo tuyo, ¿no?
Natasha: Dejaron de discutir. Esa era la idea.
Kormac: Eso no fue muy honorable de tu parte.
Lyndon: Sí, tampoco es para que me ataques así.
Alice: No hay tiempo que perder. Vamos.

Los aventureros salieron de la ciudad por los portales. Natasha y Kormac por el de la plaza de la ciudad, mientras que Lyndon y Alice utilizaron el que había creado esta última. De vuelta en el sótano de la capilla de Valoria, notaron que había más humo, pero no tanto calor como antes.

—Mejor salimos pronto antes que se derrumbe —aconsejó el truhán.
—Este es un lugar sagrado. No caerá —replicó el templario.
—Pero tampoco nos vamos a quedar aquí por eso. En marcha —ordenó la arcanista.

Al salir del sótano pudieron comprobar como el fuego había disminuído su fuerza. Sin el ataque de los cultistas, los pobladores pudieron hacer algo más que refugiarse y se organizaron para combatir las llamas. No obstante, aunque en muchas casas el fuego ya había sido extinguido, no había mucho que salvar de ellas.

—Muchas gracias nuevamente por salvarnos de esos cultistas —dijo uno de los aldeanos al ver nuevamente a los aventureros en su pueblo.

La cazadora sólo asintió en silencio. No estaban los ánimos para más.

—Tenemos que ir a unas cuevas. Nos dijeron que estaban cerca de aquí. ¿Sabes dónde se encuentran? —le preguntó Natasha, aprovechando la gratitud del poblador.
—Claro. Si siguen el camino principal, llegarán hasta un portón de metal. Desde ahí continúen por el sendero de tierra. Los llevará hasta las cuevas.
—Entendido. Muchas gracias.
—Tengan cuidado. Varios vecinos entraron a la cueva y no los volvimos a ver más.
—Quizás encontraron un gran tesoro y no quisieron compartirlo —insinuó el truhán.
—Gracias por la advertencia —dijo la cazadora—. Ahora procuren revivir este poblado. Que lo ocurrido no hunda todo lo que han logrado aquí.
—Por supuesto —respondió el aldeano—. Ustedes nos han traído esperanza.

Los aventureros siguieron las indicaciones del poblador. A la arcanista le causó algo de gracia ver que el portón del poblado era similar al de Nueva Tristram, sólo que sin sangre.

—Quizás fueron forjadas por el mismo herrero —conjeturó Alice.
—Mientras no sea Edrig... —rió Natasha.

Poco después de salir de la ciudad, hallaron varios cadáveres dispersos por el suelo. Presuntamente lugareños asesinados por el Aquelarre. En medio, se encontraba un cofre.

—¡Por ahí! ¡Riquezas! —exclamó el truhán.
—Podría ser una trampa —advirtió la cazadora.
—No hay problema. Puedo encargarme de ellas.
—Mientras no las actives como nuestra amiga aquí...
—¡Hey!

Para fortuna de todos, era simplemente un cofre de madera. Quizás era el botín de Valoria y con la muerte de los cultistas, no pudieron llevárselo. Lyndon trató de llevarse parte del oro, pero un manotazo de Alice lo hizo soltar las monedas.

—Yo me encargo de la repartición. ¿Vale? —aclaró la cazadora.

Aparte de oro, encontraron dentro una espada larga, un cinturón de cuero y unas manicas. Alice se quedó con el cinturón, que estaba en mejor estado que el que tenía. Entregó las manicas a Natasha y le ofreció la espada a Kormac. Éste, aunque agradeció el gesto, prefirió quedarse con su hacha ancha, cuyo peso le permitía dar golpes más duros.

—Entonces me la quedo yo —dijo Natasha—. Se ve más firme que la mía, así que es menos probable que se rompa al conjurar algo.

Alice no tuvo problemas con ello y le entregó la espada larga, que la arcanista se puso al cinto. Luego de eso, continuaron por el sendero.
A medida que avanzaban seguían encontrando cadáveres por doquier. Lyndon se separaba del grupo sigilosamente para registrarlos. Alice se daba cuenta, pero dado que no había tiempo para devolver las pertenencias a sus familiares, simplemente lo dejaba hacer.
Al otro lado de un pequeño puente de piedra se hallaba un comerciante que había decidido poner ahí su tienda. Éste se acercó al grupo al verlos.

—Hola, viajeros. Vendo pociones y tintes de calidad a un precio justo. Pueden dar una mirada —ofreció el alquimista.
—Gracias, pero no estamos interesados —dijo la cazadora.
—Unos tintes estarían bien para teñir mis ropas. No me gusta este color tan apagado —murmuró para sí la arcanista.
—Pasa y observa. Tengo una gran variedad a precios bajos.

Natasha abrió su bolsa de oro y al verla recordó que hace poco había pagado los objetos a Edrig, por lo que no le quedaba mucho.

—Mmm, quizás en otra ocasión —dijo algo decepcionada.

Alice avanzó un poco más y vio que detrás de la tienda del alquimista había un cráter luminoso, muy parecido a los producidos por la caída de los fragmentos de la espada del forastero.

—¿Sabes que es eso de ahí? —le preguntó.
—La verdad no —respondió el alquimista—, pero pensé que esa hermosa luz podría atraer más clientes
—Es más probable que los asuste —dijo Natasha—. Además, sólo la gente que viaje hacia las cuevas pasaría por aquí.
—¿Van hacia las cuevas? ¿Me harían un favor?
—Mientras no sea mucho...
—No, no. Verás. Hay un lunático en las cavernas que busca un brebaje para que la sangre se le haga dulce, así como lo escuchas. ¿Te molestaría llevarle la poción?
—¿Eso es todo? No hay problema.
—Vaya con el loco ese. ¿Para qué quiere que su sangre sea dulce? —preguntó el truhán.
—Ni idea. Pero ya que me pagó por ello, yo le ofrecí mis servicios. Él verá qué hace con su poción.

Los aventureros continuaron su camino. Pronto se pudo ver un pequeño rodeo que había que hacer sobre las cavernas para entrar a ellas. En la entrada a éstas se encontraron con un ermitaño. Era bastante viejo; tenía una barba larga y grisácea, había perdido su pelo y vestía ropas harapientas. No tenía mucho, sólo unas lonas donde presumiblemente dormía y unos cuantos restos de carne que colgaban de una cuerda sobre una fogata.

—Traigo una poción de parte del alquimista —le dijo la arcanista.
—¡Sí, es perfecta! —exclamó el ermitaño— ¡Mi dama ya no me rechazará! ¡Su sangre y la mía pronto cantarán como una!
—¿Qué clase de mujer es tu dama? —preguntó interesado el truhán.
—Mi reina me canta. Su música resuena desde lejos...
—No creo que consigas algún comentario lógico de él —sentenció el templario—. La cordura lo abandonó hace tiempo.

Lo dejaron con sus delirios y se adentraron en la caverna. Contrariamente a lo que esperaban, no era una simple excavación o una cueva natural. La entrada estaba coronada por un pórtico de piedra tallada. El suelo además había sido embaldosado, aunque el paso del tiempo y una nula mantención había hecho que más allá de la primera escala de bajada, más parecieran losas de piedra dispersas en el suelo de tierra que un embaldosado real. El interior era extrañamente espacioso. Aunque en ruinas, numerosos pilares se alzaban por todos lados, algunos de ellos bastante bien tallados. No obstante las numerosas muestras de arquitectura, la inmensa cantidad de telas de araña por doquier daban muestras del tiempo que se tenía abandonado este lugar.

—El denso aroma del horror se siente en el aire. No es un buen presagio —murmuró el templario.
—¿Te refieres a la oscuridad o a las telas de araña? —le preguntó el truhán—. Como sea, este lugar me da mala espina.
—Tampoco tengo un buen presentimiento de esto... —musitó la arcanista, mirando alrededor.

Poco después, confirmó lo que temía. Numerosas esferas brillantes de color amarillento, unidas por una pegajosa sustancia, se encontraban al costado del camino.

—¿Por qué tenían que ser arañas? —se quejó Natasha.
—Vamos, sólo son huevos. Además, ¿Qué daño podrían hacer unas cuantas arañitas? —dijo burlón Lyndon.
Los ánimos no quedaron bien luego de lo ocurrido.


Acto 0: Los comienzos


Acto 1: La Estrella Caída

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Acto 2: Mentiras en el Desierto




Diablo 3 y el mundo de Santuario pertenecen a Blizzard Entertainment. Los personajes son de mi autoría.
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