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A fallout story Pt.24

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Con mi cara roja producto de la mezcla entre furia y vergüenza, me devolví corriendo por la línea del tren hasta llegar nuevamente al inicio de la quebrada. Esta vez escogí la meseta del frente y empecé a correr mientras miraba constantemente el pipboy para asegurarme que iba bien encaminado. Aunque iba directo al lugar que correspondía, no presté mucha atención al camino en sí, por lo que terminé tropezándome con un mutascorpius, estrellándome la cara contra el suelo. Aunque la culpa fue mía, con lo enojado que estaba le di una patada al escorpión, el cual terminó cayendo de la meseta. Se escuchó un crujido junto al golpe seco que produjo al chocar contra las rocas. Otro mutascorpius vino en su ayuda, pero con un par de escopetazos acabé con él. Luego, un poco más calmado, continué mi marcha.
A medida que avanzaba parecía que la tierra se iba resecando... o más bien, que era concreto reseco. Podría ser que ahí estuviera enterrado el refugio y tuvieron que fortalecer el terreno para que no se viniera abajo. Sea como fuere, me dirigí hacia un campamento militar que estaba de camino. Aunque no parecía haber vida ahí me moví con precaución. Esto me llevó a percatarme de la presencia de un Centinela que rondaba entre dos camiones abandonados. Me escondí detrás de uno de ellos, pero el robot pareció detectar mi movimiento y vino a mi posición a investigar. Me subí al techo, y cuando el Centinela estuvo cerca salté sobre él y lo desactivé. «Jejejeje. Sí que me ha ahorrado munición el saber de robótica» me dije con una sonrisa.
Ya más despreocupado, revisé la tienda de campaña. Fuera de ella había varias cajas con algo de munición y chatarra. Dentro la cosa mejoró bastante, con gran cantidad de munición, e incluso un rifle láser. Los siguientes objetivos fueron los dos camiones que estaban fuera. No obstante, aparte de un esqueleto y varias cajas vacías, no había nada interesante.
Mientras examinaba las cajas sentí un impacto de bala en mi hombro. Con la sorpresa, de un impulso salté del camión, a tiempo para escuchar el silbido de otra bala pasar junto a mí. Di una voltereta y me escondí detrás de un árbol, pero otro balazo me impactó en la pierna, que no estaba bien cubierta. Me escondí mejor y me inyecté un estimulante. «Alguien deseará no haberse levantado hoy de la cama» me dije, considerablemente molesto. Salí de mi escondite de un salto y vi a un tipo con un rifle de francotirador, que el pipboy identificó como Ken Rollins. Me extrañó pudiera reconocerlo como individuo. Su nombre no me sonaba. Quizás era alguien conocido de por aquí, pero no iba a dejar que me dispararan sin más, sin importar quien fuera. Saqué mi magnum, apunté a la cabeza y apreté el gatillo, pero justo en ese momento Ken levantó su fusil para recargarlo, con lo que el poderoso tiro le arrancó el arma de las manos. «Ahora te tengo» le grité mientras esprintaba hacia él. Ken no se dejó intimidar y sacó un cuchillo de combate. «Te gustan los cuchillos, ¿eh? ¡Toma esto!» le grité al tiempo que le lanzaba tres de mis cuchillos. Contrario a lo que esperaba, los detuvo con el suyo llegando incluso a devolverme uno. Lo esquivé y de un impulso salté sobre él, haciendo chocar nuestros cuchillos de combate. Salté dos veces más sobre él, pero me esquivaba bien. Luego saltó él, pero lo detuve de una patada. Lo ataqué nuevamente con el cuchillo, pero lo detuvo con el suyo. Aprovechando que había perdido el equilibrio, le tomé el brazo para paralizarlo y de un golpe lo tiré al suelo. Trató de agarrar su rifle con la otra mano, pero le clavé mi otro cuchillo en el pecho antes que lo alcanzara. «Lo siento, pero el rifle me lo quedo yo» le dije sonriendo. El tipo llevaba puestos unos lentes de sol que se veían muy bien, por lo que me los dejé igualmente.
Ya el garaje estaba a la vista, por lo que comencé a rodearlo, buscando la puerta de entrada. En eso escuché unos pasos rápidos detrás mío, que resultó ser una rata topo. Al acercarse lo suficiente, el roedor saltó hacia mí. Tranquilo, le di una patada que la dejó con la panza hacia arriba, y de un escopetazo la eliminé. Irónicamente, gracias a ella quedé frente a la puerta de acceso, aunque otra rata topo salió de detrás de una roca cercana. Usando la mala táctica de atacar de frente no tardó mucho en reunirse con su amiga en el otro mundo. Sin embargo, con el ruido dos yao guai que andaban cerca vinieron corriendo igualmente, y no creí que fuera para felicitarme, por lo que les dejé al paso un par de minas y apunté con ambas escopetas. En cuanto pisaron las minas, comencé a dispararles furiosamente. Uno de los osos feos cayó, pero el otro alcanzó a levantarse para darme un zarpazo... que no llegó a su objetivo. Tanto esquivar me había hecho desarrollar unos buenos reflejos y unas piernas especializadas en impulsarme rápidamente. Un par de escopetazos más y el otro oso cayó como una alfombra. Algo radiactiva y sucia tal vez, pero podía cumplir esa función.
Decidí no dar más rodeos y entré. Dentro me recibieron dos ratas topo y una mutaracha, las cuales no duraron mucho. Detrás del mostrador había un esqueleto en una cama improvisada junto a una caja fuerte abierta. Al parecer, el pobre murió esperando que le permitieran la entrada. Ya en lo que era el garaje en sí encontré una trampilla, que como suponía, era el acceso al refugio 112. Accioné el interruptor cercano y la trampilla se abrió. Me pareció muy extraño que fuera tan fácil, por lo que bajé con cautela. En el sótano encontré dos ratas topo, que no tengo idea como consiguieron entrar hasta allí. Tal vez papá estaba arrancando de ellas cuando entró, pero aún así, ¿cómo se cerró de nuevo la trampilla? Como sea, tuve que pasar por otra puerta más antes de llegar al Refugio en sí.
Un escalofrío recorrió mi espina al ver el inmenso engranaje con el número 112. Aunque la vida en el refugio había sido más o menos pacífica, el último día me marcó para siempre. Apreté un poco más mi arma y accioné la cápsula de control de la puerta del refugio. Con un estruendoso chirrido, lentamente la puerta de acceso retrocedió para después rodar hacia un costado, dejándome ver el interior. Era idéntico a la entrada del refugio 101. Incluso por un momento me pareció ver a Amata en la sala de control.
Avancé lentamente y crucé la siguiente puerta, sin encontrar señales de vida. No obstante, el pipboy detectó una presencia en la siguiente habitación. No era hostil, pero en el refugio 101 tampoco nadie lo era al principio, así que saqué mis subfusiles cuádruples (el doble par) y activé el acceso. La criatura resultó ser un cerebrobot, preocupado solamente de hacer su trabajo.

—Bienvenido al Refugio 112, residente. Según nuestros sensores, has llegado con un retraso de 202,3 años.

—Ehhh, sí. Es que no te imaginas lo que cuesta encontrar locomoción en estos tiempos.
—Colócate el traje de refugio facilitado por Vault-Tec antes de continuar. En caso de extravío del traje, estaré autorizado a facilitarte uno nuevo.
—Sí, por favor, que el anterior no aguantó la radiación de estos doscientos años.
—Una vez vestido, baja las escaleras hasta la planta principal con el fin de acceder a la tumbona que te hemos asignado.
—¿Tumbona? ¿Qué es eso?
—Por favor, entra a la tumbona que te hemos asignado.
—¿Pero qué es una tumbona?
—Por favor, entra a la tumbona que te hemos asignado.
—Oye...
—Por favor, entra...
—¡ARGHH! ¡Ya cállate!

Bajé las primeras escalas, pero decidí darme un paseo antes para conocer mejor el sitio. A la derecha había una clínica. Me pareció muy sospechosa ya que guardaba en sus taquillas varias armaduras y cuchillos. A la izquierda encontré la oficina del supervisor, con el acceso perfectamente bloqueado. Para colmo, o ya habían tratado de hackear la computadora, o intencionalmente la trabaron para que sólo acepte la contraseña correcta. Sin nada más que hacer, bajé a la planta principal. Había varias cápsulas que supuse serían las tumbonas. Había doce de ellas, diez de ellas ocupadas, una rota y otra libre. Al dar la vuelta encontré otra sala, con la puerta bloqueada igualmente, pero el terminal podía hackearse sin problemas. Aunque el reto era difícil, conseguí pasar a través de la protección y abrí la puerta. ¡Ese lugar era una maravilla! Encontré gran cantidad de medicamentos, un rifle de asalto, uno láser y abundante munición para ambos, además de tres granadas de fragmentación y tres de pulso. Asimismo, encima de la mesa encontré una holocinta con la clave de acceso a la oficina del supervisor. Con ella en mi poder volví rápidamente al terminal bloqueado, inserté la contraseña y entré dispuesto a todo. Para mi decepción (esperaba una batalla) encontré otra tumbona, también ocupada. La sorpresa fue que dentro estaba el famoso doctor Braun. Le di varios golpes a la cápsula y le grité, pero no me oyó. Ni siquiera reaccionó. Supongo que estaba bien dormido, porque no parecía estar muerto, lo que no dejaba de ser perturbador. ¿Cómo es que aún seguiría con vida? ¿No se supone que el vivió antes de la Gran Guerra? ¡De ser así tendría más de doscientos años! Eso no tenía sentido, pero tenía la sensación de que la respuesta estaba en las mismas tumbonas. Como sea, empecé a registrar el lugar y lo más interesante fue una caja fuerte que me resultó bastante fácil abrir. Dentro había bastante dinero de antes de la guerra, que ahora mismo no serviría de mucho, y una pistola láser, además de algunos objetos no muy útiles. Por lo demás, no había nada más de interés ahí, por lo que volví a la sala principal.
Comencé a revisar los terminales de las tumbonas. Éstas mostraban el estado de la persona, con datos como presión arterial, latidos por minuto, entre otros. Uno me llamó la atención, la de una tal Dithers, que mostraba datos incongruentes, como temperatura bajo cero. Seguramente se habían desconectado algunos sensores. El otro terminal que me llamó la atención fue la de un «individuo desconocido». Todas las demás tenían nombre, excepto ésta. Examiné la tumbona y dentro vi a mi padre. Una lágrima me rodó por la mejilla. Le grité y golpeé fuerte la tumbona, pero al igual que con el doctor Braun, no hubo respuesta ni reacción. Saqué la pistola, dispuesto a sacarlo de ahí a como dé lugar, pero en ese momento vi que estaba conectado a la maquina a través de un monitor junto a algunos sensores en su cabeza. «¡Maldición! Si está demasiado unido a la máquina, esto podría matarlo. Tendré que sacarlo desde dentro».
No había opción, por lo que me subí a la tumbona libre. Un cerebrobot me señaló que dejara fuera la mochila, para no dañar el equipo. No estaba con ganas de discutir, así que me la saqué y la dejé al lado. En cuanto la tumbona comenzó a cerrarse rápidamente la cogí, sin darle tiempo al robot para que reaccionase. Ahora me sentía un poco apretado con la mochila dentro, pero no pensaba arriesgarme a que me robaran todo lo que había conseguido. La pantalla que había frente de mí parecía estar alterando mi percepción y lentamente una imagen en blanco empezó a proyectarse dentro de mi mente.
¡Al fin! El refugio 112.


El padre perdido:

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El jardín del edén:

26 - 27 - 28 - 29 - 30 - 31 - 32 - 33 - 34 - 35 - 36 - 37 - 38 - 39 - 40 - 41 - 42 - 43 - 44 - 45 - 46


El Purificador:

47 - 48 - 49 - 50 - 51 - 52 - 53 - 54 - 55 - 56 (Final)




Fallout 3 pertenece a Bethesda Game Studios.
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